Nuestro hotel para los dos siguientes días estaba en Husavik, en el norte. El 25 de junio partimos hacia allí. De camino, decidimos internarnos en la península de Vatnsnes, de la que dicen que es el mejor sitio para ver focas en Islandia.
Llovía, y la pista (no asfaltada) estaba embarrada. No llegamos a ver ninguna foca, pero en cambio pudimos contemplar el farallón basáltico llamado Hvítserkur, cuya forma recuerda a un rinoceronte bebiendo agua en la playa (aunque se cuenta que es un troll que se convirtió en piedra al ser sorprendido por el sol de la mañana).
De la península de Vatnsnes a Goðafoss
Desde allí decidimos regresar para retomar nuestra ruta. Más tarde salimos de nuevo a una pista sin asfaltar para contemplar la espectacular garganta de Kolugljufur. Luego continuamos a través de las vacías tierras del norte hasta la ciudad de Akureyri, en la que hicimos un alto antes seguir hasta Goðafoss, la cascada de los dioses.
El lago Mývatn y su entorno
Tras hacer noche en el Fosshotel Husavik, el 26 de junio salimos a descubrir el lago Mývatn y alrededores.
Primero visitamos la solfatara de Hverir, con sus fumarolas y sus pozos de agua hirviente. Si no has visto nunca una solfatara, no te la pierdas (para mayor facilidad está al lado de la carretera). Pero la verdad es que a nosotros, habiendo visto ya otras solfataras (entre ellas la que prestó su nombre a todas ellas, la de Pozzuoli en Nápoles), nos decepcionó un poco.
Luego subimos al cráter Viti, famoso porque contiene un lago de un intenso color verde. La subida es durilla. Esa noche, mi iPhone me informó de que durante el día ¡había subido el equivalente a 52 pisos!
A continuación recorrimos los senderos del Leirhnjúkur, que comienzan en una pasarela de madera que atraviesa un suelo hirviente y discurren entre coladas de lava, fumarolas y alguna charca de colores irreales.
Más tarde nos acercamos a los baños termales de Mývatn. Pero el día era frío y ventoso (como es usual en Islandia) y no nos atraía la idea de tomar un baño al aire libre, aunque fuera en agua caliente. Probablemente nos perdimos una experiencia relajante, pero preferimos continuar explorando la zona: buscamos (y encontramos, tras varios intentos infructuosos) las cuevas termales de Stóragjá y Grjótagjá. Ninguna de las dos se utiliza actualmente para el baño, la primera por la presencia de bacterias y la segunda (la más interesante, con aguas de un intenso color azul) porque la temperatura del agua es demasiado elevada.
Y todavía tuvimos tiempo de observar las aves en el lago y de pasear por la pequeña pero agradable localidad de Husavik. Como puedes ver en la imagen de abajo, había nieve en las montañas a muy escasa altitud. A finales de junio. Pero es que estábamos a un tiro de piedra del Círculo Polar Ártico.