El 28 de junio era uno de los días grandes del viaje: íbamos a bordear el parque nacional de Vatnajökull, con sus glaciares y sus lagos en los que flotan icebergs, entre ellos el más conocido de los lagos glaciares de Islandia: Jökulsárlón.
El viaje desde los fiordos del este hasta el parque nacional de Vatnajökull es largo, aunque durante el trayecto verás paisajes que volverán a sorprenderte, aunque lleves ya casi una semana en Islandia.
Icebergs en Islandia: lagos glaciares Jökulsárlón y Fjallsárlón
Cuando surge ante tus ojos el gran lago glaciar Jökulsárlón, con sus icebergs que alternan el blanco con distintos tonos de azul, pensarás que sólo por ver ese espectáculo ha merecido la pena viajar a Islandia. Sobre todo si tienes la suerte de que brille el sol y de que el número de visitantes no sea excesivo en ese momento, porque probablemente encontrarás muchos visitantes bordeando la orilla y vehículos anfibios y zodiacs navegando entre los icebergs. El lago glaciar Jökulsárlón ha sido escenario de varias películas, entre ellas Tomb Raider y Batman Begins.
Nosotros exploramos las orillas del lago y subimos a las pequeñas colinas que se elevan a escasa distancia del agua, pero no nos apuntamos al recorrido en barco. Preferimos emplear el tiempo en acercarnos al Fjallsárlón, un lago glaciar más pequeño que se esconde (no se le ve desde la carretera) unos cuantos kilómetros más allá. O unos cuantos kilómetros antes si vienes de Reykjavik.
La mayoría de los viajeros no incluyen el Fjallsárlón en su recorrido. De hecho, nosotros estuvimos casi solos al borde del lago (incluso llegamos a estar completamente solos en algún momento). Pero también allí hay un negocio de zodiacs que pasean a los turistas por el lago (que por suerte estaba cerrado cuando nosotros llegamos). Y dicen que, en los momentos álgidos de la temporada alta, el Fjallsárlón soporta un exceso de afluencia turística que le priva de casi todo su encanto.
La cascada Svartifoss
Nuestro siguiente objetivo era la cascada Svartifoss (la cascada negra), en el parque nacional Skaftafell. Si miras la foto de abajo entenderás rápidamente de dónde le viene el nombre: el agua cae desde un acantilado formado por columnas de basalto negro. Estas columnas exagonales son similares a las que existen en la llamada Calzada del Gigante de Irlanda del Norte, pero a mí me trajeron a la memoria el Trono de Hierro de Juego de Tronos.
Ese día nuestro hotel, Fosshotel Nupar, estaba en medio de la nada. Llegamos después de las 9, y teníamos miedo de quedarnos sin cenar, pero finalmente pudimos hacerlo en el restaurante del hotel. El hotel no está mal, según los parámetros de Islandia. El restaurante es muy caro, en línea con lo esperado, y su cocina no progresa adecuadamente. Es decir, necesita mejorar. Con urgencia.
Vik i Myrdal: Reynisgrangar y Reynisfjara
El 29 de junio íbamos a continuar explorando el sur. Primero fuimos a la playa de arena negra de Vik i Myrdal, el pueblo situado más al sur de Islandia. Al oeste se adivinaban, saliendo del mar entre la niebla, las agujas de basalto negro de Reynisdrangar. Según la leyenda, se trata de dos trolls a los que sorprendió la luz del día mientras intentaban sacar un barco a tierra y se convirtieron en agujas de piedra. Caminamos hasta el acantilado que cerraba la playa por ese lado, para llegar tan cerca de los trolls como era posible sin que te alcanzara el oleaje. Y allí obtuvimos un premio: en las rocas había una colonia de frailecillos (o puffins, según su nombre inglés). Por fin pudimos ver a estas curiosas aves de los mares fríos, de pico rojo y patas naranjas que contrastan con su plumaje: capa negra y pantalones blancos.
Luego fuimos con el coche al lado oeste de las agujas de Reynisdrangar: la playa de Reynisfjara. Al contrario que la anterior, ésta estaba llena de turistas haciéndose selfies. El atractivo de la playa de Reynisfjara son los acantilados que la cierran, formados por columnas basálticas (a las que los turistas se suben para fotografiarse), y que incluyen un par de cuevas. En esa zona se reúnen masas de visitantes. Pero si caminas un poco más llegarás a una zona con menos gente desde la que, tras una serie de grandes rocas, podrás ver muy de cerca las agujas de Reynisdrangar.
La cascada Skógafoss
Luego de haber curioseado por la zona, nos encaminamos a Skógafoss. No nos conformamos con quedarnos al pie de la cascada. Decidimos subir hasta el mirador que hay arriba, a la derecha de la gran caída de agua. Una subida bastante dura, por escaleras en buen estado.
Y, una vez allí, habiendo ya realizado el mayor esfuerzo, decidimos continuar por el sendero señalizado que recorre un tramo del río Skógá y permite ver las cascadas y los rápidos que preceden a la gran Skógafoss. Un camino que nos llevó una hora, entre ida y vuelta (aunque es posible llegar mucho más lejos).
Tuvimos la precaución de cenar antes de llegar al Fosshotel Hekla, también situado lejos de cualquier centro urbano.