El 30 de junio íbamos a dormir en Reykjavik, y lo dedicamos a recorrer la ruta turística a la que llaman Círculo Dorado, que incluye hermosas cascadas y los géiseres más famosos de Islandia.
Los géiseres Geysir y Strokkur
Primero nos dirigimos al valle de Haukadalur, un área geotermal en la que se encuentra el Gran Geysir, que dio nombre a todos los géiseres. Dicen que solía lanzar agua hirviendo hasta una altura de 80 metros. Pero en el siglo XXI dejó de hacerlo, parece ser que a causa de los objetos arrojados por los turistas. Ahora, el que fuera el Gran Geysir es sólo un gran charco de agua humeante. Aunque quizá no para siempre, ya que en algún momento puede desbloquearse su conducto.
A un puñado de metros del Geysir está el géiser Strokkur, que se ha convertido en la gran atracción de Haukadalur. El Strokkur tiene una erupción cada pocos minutos, durante la cual lanza un chorro de agua a 15 o 20 metros de altura. Está rodeado por una valla, como los demás géiseres, fumarolas y piscinas de lodo de la zona. Alrededor de la valla se reúnen los visitantes, cámara en mano, para captar el momento de la erupción.
La catarata Gullfoss y el parque nacional Thingvellir
A continuación fuimos a ver la catarata Gullfoss (la cascada dorada), una de las mayores atracciones del sur de Islandia. El caudaloso río Hvítá cae en una garganta estrecha y profunda en dos grandes saltos: eso es Gullfoss. Impresionante. Nunca te acostumbrarás a este espectáculo, por muchas cascadas que lleves ya vistas en Islandia.
Después de haber contemplado la catarata desde todas las perspectivas posibles nos encaminamos al parque nacional Thingvellir (Þingvellir en grafía islandesa), el tercer hito del Círculo Dorado. Se trata de un valle situado junto a un lago, llamado Thingvallavatn.
El parque nacional Thingvellir es uno de los lugares históricos más importantes de Islandia, porque allí se fundó en el siglo X uno de los parlamentos más antiguos del mundo. Y también allí se proclamó en 1944 la independencia del país. Pero no son esas las razones de su atractivo. Éstas residen en la geología y el paisaje. La región está atravesada por fallas, la más grande de las cuales, llamada Almannagjá, forma un cañón de considerables proporciones. El río Öxará se despeña en la falla dando lugar a una cascada, Öxarárfoss.
Reykjavik y la península de Reykjanes
Esa tarde dimos un largo paseo por Reykjavik, una ciudad sin grandes monumentos pero mucho más bonita y alegre de lo que esperábamos.
El 1 de julio iba a ser nuestro último día en Islandia, y lo dedicamos a explorar la península de Reykjanes, cercana a Reykjavik. Nos dirigimos hacia el oeste y, muchos kilómetros después, dejando a la derecha el aeropuerto internacional de Keflavik, llegamos a la diminuta aldea de Hafnir. Poco después hicimos una parada en el llamado Puente entre dos continentes, una pasarela que conecta las placas tectónicas europea y americana, separadas por una falla. Un lugar curioso, pero no especialmente interesante.
Y luego llegamos a la zona que hace que haya merecido la pena el viaje por la península de Reykjanes: su extremo suroeste. Allí está el faro de Reykjanesviti, sobre una colina, y detrás los magníficos acantilados de Reykjanestá, colonizados por las aves marinas. No se te ocurra pasar de largo. Más tarde puedes hacer una parada en la zona geotérmica de Gunnuhver, con fumarolas y un cráter de lodo hirviente, que queda prácticamente al lado.
A continuación nos dirigimos a la famosa Blue Lagoon. La Laguna Azul se ha convertido en el mayor de los atractivos turísticos de Islandia, así que no podíamos dejar de echarle una ojeada (aunque sin baño: los precios son prohibitivos y, para colmo de males, hay que reservar con antelación). Sin entrar al recinto del balneario puedes contemplar las aguas, de un azul blanquecino semiopaco, que proceden de una planta de energía geotérmica cercana. La verdad es que a mi no me incitaban a darme un baño precisamente.
Entramos en el balneario y, en la cafetería (con vistas a la zona de baño) comimos unos sándwiches. A precio normal; para Islandia, claro. Tras la cristalera, los bañistas remojándose en el agua azul de una gran piscina de agua caliente enmarcada en roca volcánica negra. Al fondo, chimeneas lanzando al aire grandes columnas blancas de humo o vapor. Era como estar dentro de una película de ciencia-ficción. Si puedo elegir, yo me quedo con los acantilados de Reykjanestá.
Regresamos a Reykjavik y dedicamos el resto del día a recorrer la ciudad. En su centro está el lago Tjörnin. Es muy agradable pasear por sus calles de casas pintadas de colores. En el barrio antiguo, situado entre el lago y el mar, muchas de las casas son de madera.
El día siguiente, muy temprano, teníamos que coger el avión de regreso. Aunque no lo cogimos, porque Primera Air nos dejó plantados y tuvimos que pasar casi todo el día en el aeropuerto de Keflavik. Pero esa es otra historia.