Cuando, hace ya muchos años, vi por primera vez lo que hoy es el Parque Natural del Cabo de Gata, me impresionó su aridez y, sobre todo, su atraso. Es decir, su autenticidad. Era un espacio que había quedado al margen del desarrollismo, la urbanización, la contaminación. Era como retroceder en el tiempo al menos un siglo. Hoy, por desgracia, ese «Cabo de Gata» ya no existe. La presión del turismo provoca un progresivo deterioro del ecosistema. El siglo XXI ha llegado al parque.
Al entrar en el parque natural desde el oeste (desde la ciudad de Almería), sorprende la proliferación de cultivos bajo plástico. Uno podría pensar que este tipo de cultivo no es apropiado para un parque natural, pero se ve que las autoridades no son de la misma opinión. Luego se llega a la zona de las antiguas salinas, donde todavía pueden verse flamencos y otras aves y, en la playa, embarcaciones tradicionales como la de la fotografía.
Arrecifes, playas vírgenes y paisajes desérticos: Cabo de Gata
Imprescindible es subir al faro y asomarse al Mirador de las Sirenas para ver el arrecife, que se ha convertido en icono del parque.
Luego debe uno llegarse hasta la localidad de San José. Desde allí puede uno acercarse a dos playas que hasta ahora han logrado mantenerse (relativamente) vírgenes, la de los Genoveses y la del Mónsul.
Recorrer los senderos del parque es una experiencia muy gratificante, aunque, por desgracia, quienes la realizan no siempre lo hacen con el cuidado imprescindible para no contribuir al deterioro del ecosistema. Puedes ver antiguas norias y pozos y visitar algún antiguo cráter volcánico, caminando siempre junto a una vegetación propia de zonas desérticas.
Cerca del extremo oriental del parque está Carboneras, una localidad turística e industrial (cuenta con una cementera y una gran desaladora) en cuyo centro urbano puede visitarse un castillo del siglo XVI, recientemente restaurado. Y más allá, camino de la eminentemente turística Mojácar, el hotel inconcluso de la playa del Algarrobico sigue en pie, como emblema de la lucha entre el negocio turístico y los defensores del ecosistema. La gran grúa que se alza junto al hotel, visible desde muy lejos, parece querer decirnos que éstos últimos llevan las de perder.