Marruecos, además de ser un destino tan cercano (geográficamente) para los españoles, es un país con gran potencial turístico. No sólo es el destino exótico que tenemos más a mano, sino que también cuenta con una extensa costa, hasta hace poco tiempo prácticamente virgen (aunque ya está siendo arrasada por las excavadoras y poblada de urbanizaciones y otras construcciones dirigidas al turismo).
Pero el país, por desgracia para sus habitantes pero también para el viajero, sigue presentando una serie de inconvenientes que impiden a éste sentirse a gusto y le quitan las ganas de volver.
Inconvenientes admisibles
Hay algunos inconvenientes que considero admisibles. Por ejemplo, el que no permitan el acceso de los viajeros a las mezquitas y otros lugares de culto. Ojo, que esta prohibición no es común a todos los países musulmanes: en Siria, Turquía o Uzbekistán, por ejemplo, sí puede entrarse en las mezquitas; pero me parece hasta cierto punto lógico, desde su punto de vista, que impidan el acceso de infieles a sus lugares sagrados.
Tener que comer con agua, porque no sirven cerveza ni vino en la gran mayoría de los restaurantes, es otro inconveniente que también puedo admitir.
Tener que rellenar una larga ficha cada vez que te inscribes en un hotel, una ficha en la que deben figurar no sólo tus datos (nombre, fecha de nacimiento, dirección, número de pasaporte, etc.) sino también tus movimientos (de dónde vienes y adonde vas) y el código individual que te asignaron al sellarte el pasaporte a la entrada del país, es un latazo, pero tiene un pase en este mundo orwelliano en que vivimos (ya sabes de qué hablo: 1984, el Gran Hermano que siempre te vigila).
Inconvenientes más graves
Pero, en cambio, el comportamiento de muchos de los que se buscan la vida a costa de los turistas no es admisible. Yo he viajado cuatro veces a Marruecos, la última pocos días antes de escribir esta entrada (diciembre de 2010). La anterior había sido en 2004, cuando estuve en Marrakech y en la ruta de las kasbahs. Entonces escribí:
Marrakech ha cambiado mucho en los últimos años. Era una ciudad maravillosa, mágica, anclada en tiempo, en cuyas calles vendedores de todo tipo y falsos guías acosaban a los extranjeros hasta abrumarles. Según las estadísticas, pocos viajeros repetían la visita, así que las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto. Hoy, Marrakech se ha convertido en una ciudad acogedora, que el visitante puede recorrer sin sentirse agobiado en ningún momento (ver el texto completo).
Pues bien, me temo que ese cambio fue sólo un espejismo, y que las cosas andan ahora por donde solían. Hoy, la gente que vuelve de Marrakech habla del acoso de vendedores y similares, que llegan a insultar a los viajeros que hacen caso omiso de sus requerimientos. En mi reciente viaje yo no he estado en Marrakech, sólo en la mitad norte del país. Pero en Fez, en Tánger, etc. he sufrido el acoso, los engaños y los malos modos de toda esa gente que pulula en torno a los turistas. Empezando por los guías.
Abdul y el rey de los pobres
En efecto, yo había ido en un viaje organizado, vía Algeciras-Ceuta (hay países en los que viajar de forma independiente puede acarrearte ciertos problemas que, en este caso, yo quería evitar). Pues bien, el guía que me tocó en suerte, un tal Abdul que decía ser de Tetuán, podría ser considerado como el prototipo del mal guía. Aparte de darnos la tabarra con las bondades de Su Majestad Mohamed VI, del que llegó a decir que era el rey de los pobres 😀 😀 😀 , y con las bondades no menos evidentes del Islam, dedicaba todos sus esfuerzos y las habilidades adquiridas tras años de práctica a llevarnos una y otra vez de tiendas (tiendas enfocadas a los turistas en las cuales todo era mucho más caro que las tiendas ordinarias).
Y a la hora de comer se las arreglaba para, con el pretexto de no perder tiempo, llevarnos a todos a un restaurante elegido por él (¿hace falta que explique por qué?).
El colmo fue cuando el último día, en Tánger, justo antes de emprender el camino de vuelta hacia España, nos llevó a comer a un cuchitril llamado Stop Hamburger (que, a pesar de su nombre, no es lo que nosotros entendemos por una hamburguesería). Como no lejos de ese cuchitril hay otros sitios para comer mucho más agradables, mi mujer y yo le dijimos que íbamos a comer por nuestra cuenta, lo que, a juzgar por su comportamiento posterior, parece que no le sentó nada bien.
Quedamos a las 3 en la puerta de Stop Hamburger. Pero, para nuestra sorpresa, a las 3 no había nadie en el lugar de la cita. Preguntamos a los camareros del local y nos dijeron que Abdul se había marchado hacía un cuarto de hora y que no había dejado ningún recado para nosotros. Decidimos darle un margen de tiempo y, a las tres y cuarto, llegó su ayudante para conducirnos a pie al lugar en que íbamos a reencontrarnos con el autobús.
¿Crees que el guía nos pidió disculpas? ¿Que nos dio explicaciones? Pues no. Muy al contrario, cuando se las pedimos se insolentó con nosotros, mostrando su verdadera cara: la de un patán grosero sin pizca de educación. ¿Qué había pasado? Pues que Abdul había decidido llevar de tiendas, por última vez, al personal. En este caso se trataba de una pastelería. No era cosa de perder la última comisión.
Los falsos guías
En Marruecos, los vendedores te acosan pero, si les dices que no con la suficiente firmeza y poniendo cara de póker (¡ni se te ocurra sonreírles!) suelen dejarte tranquilo. Otra cosa son los falsos guías. En la kasbah de Tánger encontramos (más bien nos encontró él a nosotros) uno que resultó ser infatigable. Aunque le habíamos dejado claro que no queríamos su compañía, nos siguió por toda la medina, después de haber intentado infructuosamente meternos en una callejuela que iba en dirección contraria a la que llevábamos («este es el camino de los coches -nos dijo-, pero para ir andando es muy largo; tenéis que tomar la calle de la derecha…»). ¿Qué pretendía? En el mejor de los casos, llevarnos a alguna tienda. En el peor… no quiero ni imaginármelo, porque estábamos en un lugar no muy recomendable y la callejuela no conducía precisamente al centro de la ciudad. De vez en cuando, nuestro indeseado acompañante desaparecía para volver luego a aparecer. En una de esas ocasiones se nos acercó un muchacho, otro falso guía. Él le llevó aparte, le dijo algo («estos son míos», supongo), y el muchacho se quitó de en medio.
En el zoco
En los zocos (y también fuera de ellos), los vendedores te ofrecen probar sus productos. Pero hay un problema: si les compras, puede que no te den lo que has probado, sino otra cosa de muy inferior calidad. Una cosa es hacerle la cara a la fruta que se muestra en el puesto del mercado, por ejemplo. Eso se hace en cualquier país. Otra muy distinta darte a probar una nuez de calidad aceptable y, cuando compras, entregarte un cucurucho de nueces de las cuales la mitad están secas y la otra mitad amargan. Eso nos pasó a nosotros en el zoco de Fez. Cuando un vendedor ambulante pretendió hacernos la misma jugada con unos cacahuetes en Assilah ya no picamos.
En fin, puede que todo esto cambie algún día. No creo que lo veamos nosotros, pero a lo mejor lo ven nuestros nietos 🙂 . Entonces, el desarrollo turístico de Marruecos será imparable.