Pompeya, como es de sobra conocido, está en el golfo de Nápoles, a la sombra del Vesubio. En tiempos de la antigua Roma, la zona estaba muy poblada. Como hoy en día, por cierto. La erupción del volcán en el año 79 de nuestra era sepultó todas las ciudades de la comarca, desde Herculano, al norte, hasta Pompeya, pasando por la menos conocida Oplontis. Todas ellas permanecieron durante siglos bajo las cenizas, esperando ser sacadas a la luz para mostrarnos cómo era la vida de la época.
Las ruinas de Pompeya ocupan una extensión enorme. Para visitarlas se requiere un día completo. Si las visitas fuera de temporada puedes encontrarte con que la mayoría de las calles y edificios están cerrados al público, como me pasó a mí hace tres semanas, debido a los trabajos de restauración/reconstrucción y conservación que se realizan para ralentizar su deterioro. Si las visitas en pleno verano puedes tener más suerte con las vallas y las restricciones de acceso, pero hazte a la idea de que vas a pasar calor, mucho calor. Y de que vas a caminar entre una multitud de turistas.
En un extremo del sitio arqueológico tienes el anfiteatro. En el otro, alejada del centro de la ciudad, la famosa Villa de los Misterios, con sus magníficos frescos. Si no tienes tiempo de verlo todo y tienes que elegir, elige esta última (llamada Villa dei Misteri en italiano) y olvídate del anfiteatro.
Si vas en coche, al precio de la entrada al sitio arqueológico tendrás que añadirle el importe del parking, a razón de 3 euros la hora.
Alternativas a Pompeya
Si, por la razón que sea (las multitudes, el calor, la extensión del yacimiento y el tiempo necesario para recorrerlo…) no te animas a visitar Pompeya, puedes sustituirla por Herculano, no menos impresionante, mucho más pequeña y recogida y, con suerte, con menos aglomeraciones. Aunque esto último no te lo puedo garantizar.